Uno de los libros más inspiradores del feminismo amoroso es quizás «Para mis socias de la vida» (editado por horas y HORAS) de la antropóloga feminista mexicana Marcela Lagarde y de los Ríos. En el apartado «El amor en la cultura occidental», la autora explora, entre muchos asuntos, la soledad como presupuesto mínimo y fundamental para amar, pensar y dudar. Aquí va un fragmento.
«También es preciso la soledad para dudar. Y como modernas, o dudamos…o dudamos. Si no, estaremos atrapadas en las garras de la fe, de la creencia absoluta, de la idealización. Necesitamos tiempo para dudar. Y para dudar solas y no frente a alguien, que tal vez nos va a decir:»¡Deja esas ideas, estás loca!». Pero yo necesito dudar. Dudar de mi vida, dudar del mundo, dudar de lo que creo, de lo que creí, de lo que ya no puedo seguir creyendo. Y lo necesito para poder descolocarme de lo que me atrapa, de lo que me hace daño, de lo que no me permite ser.
Mientras las mujeres no dudaron, las mujeres creyeron. Y se lo creyeron todo. La movilización moderna de las mujeres se genera en sus dudas: no me parece, no creo, no acepto, pienso que sería mejor de otra manera…La vida de cualquier mujer moderna está poblada de momentos de duda que nos han abierto a posibilidades de afirmación, de invención, de transformación.»